DANIEL G. APARICIO
- Este verano nos está dejando una ola de calor detrás de otra.
- Algunas películas como Un día de furia, Doce hombres sin piedad y La ventana indiscreta convierten el calor en un elemento importante de la trama.
- También hay muchos libros cuyas historias se desarrollan en lozalizaciones sofocantes mientras que en música, el calor suele inspirar canciones alegres.
Un sol de justicia enciende el asfalto. El aire, insoportablemente caliente, permanece inmóvil. Ni una brisa. Cuando se mueve es peor, casi abrasa la piel. El canto de las chicharras nos recuerda que no hay motivo de queja. Es verano y toca sudar. También nos lo recordará dentro de poco la factura de la luz, ya que no hay hogar ahora mismo en España en el que se pueda respirar sin aire acondicionado o un pequeño (o gran) ventilador.
Cuando comenzó el período estival, los 40 grados de temperatura se instalaron en la península para veranear con nosotros y parece que no tienen intención de marcharse. La ola de calor va para largo. Muchos lo agradecerán. No hay mejores condiciones para disfrutar de la piscina, zambullirse en el mar o dejarse caer en el letargo de las largas siestas en el sofa con el rumor de la televisión de fondo.
Sin embargo, para otros, el calor se convierte en un auténtico sufrimiento: sudores constantes, sensación de atmósfera opresiva, mayor dificultad para hacer ejercicio físico, pereza constante y torpeza física y mental. Los psicólogos dicen además que el calor produce irritabilidad y afecta negativamente a la creatividad y el ingenio. Curiosamente son estos efectos los que han inspirado a no pocos directores de cine, compositores y escritores.
Películas que hacen sudar la gota gorda
¿Qué mejor forma de hacer sufrir a los personajes y ponerlos en situaciones límite que someterlos al implacable azote del sol abrasador? Bien lo saben los protagonistas del género western, donde el desierto es siempre un personaje más. En El bueno, el feo y el malo, por ejemplo, el bueno (Clint Eastwood) abandona al feo (Eli Wallach) en una zona desértica. Después, este se venga haciendo lo mismo pero de forma mucho más cruel. "¿Ves qué arena más bonita? Bueno, eso es el desierto, un horno de 150 millas de largo, ni la guerra se atreve a pasarlo", comenta Wallach a Eastwood antes de hacerle sufrir el azote del calor y la sed.
Otro desierto, aún más implacable, es el del futuro distópico de Mad Max: Furia en la carretera, donde el agua es un bien escaso controlado por dementes señores de la guerra que la usan para controlar a sus infelices súbditos. Uno más realista, el de Arizona, hizo sufrir a Sean Penn en Giro al infierno, de Oliver Stone. Su personaje, atrapado en un extraño pueblo en mitad del desierto, no dejó de sudar la camisa ni un minuto del metraje, por el calor sofocante y por la presencia de un buen número de inquietantes personaje.
Pero no hace falta buscar cactus, dunas y eriales para sufrir el agobio de las altas temperaturas. La gran ciudad puede ser un horno tan insoportable como cualquier páramo ardiente que se precie. Bien lo sabe Michael Douglas, ya que las altas temperaturas contribuyeron a hacer que perdiera la cabeza en Un día de furia. También sufrieron la peor cara de las temperaturas veraniegas los protagonistas de Doce hombres sin piedad, una docena de caballeros trajeados encerrados en una pequeña sala sin ventilador ni aire acondicionado, sudando sin parar mientras debatían sobre un caso de asesinato.
James Stewart tampoco estaba precisamente cómodo en La ventana indiscreta. Sudoroso y en silla de ruedas, con la pierna rota, aprovechó que todo el vecindario tenía las ventanas abiertas de par en par (a causa de una ola de calor veraniega) para practicar el vouyerismo.
Este agobio urbano ha dejado algunas escenas memorables que ya forman parte de la historia del cine. La más emblemática es, con diferencia, aquella de La tentación vive arriba en la que Marilyn Monroe se pone sobre una rejilla de ventilación del metro de Nueva York para refrescarse. El cine patrio también cuenta con una secuencia digna de recordar. En La ley del deseo, de Pedro Almodóvar, Carmen Maura pide que la rieguen en plena calle para combatir el infierno de las noches de verano en Madrid.
Libros que dan sed
No son pocos los lectores que han viajado hasta el desértico planeta Arrakis para descubrir hasta qué punto el agua puede convertirse en el bien más preciado para la subsistencia. ¿No les suena ese lugar? Quizá lo conozcan por otro nombre mucho más popular, Dune, escenario principal de la novela homónima de Frank Herbert. Otro lugar ficticio, el surrealista Macondo de Gabriel García Márquez, también hace del intenso calor una de sus señas de identidad.
Pero no hace falta irse tan lejos para sufrir el calor durante la lectura. Basta, por ejemplo, con acompañar a Karen Dinesen en sus Memorias de África. El verano del continente africano puede ser tan asfixiante que llegó a afectar incluso a Meursault, el impasible protagonista de El extranjero, de Albert Camus. Acusado de un crimen, el hombre se muestra siempre inalterable. El calor argelino es lo único que parece hacer sentir algo.
Camus también eligió Argelia como escenario de La peste, donde las altas temperaturas causan estragos entre la población moribunda. El autor asfixia al incauto lector cuando le presenta a un enfermo "rodeado por cientos de paredes crepitantes de calor" y le revela que "el calor húmedo de la primavera hacía desear el ardor del verano".
Maycomb, un caluroso pueblo de Alabama inventado por Harper Lee, convierte la novela Matar a un ruiseñor en un agobio constante. Más duro aún es el panorama que pinta Philip Rod en Némesis. La sinopsis del libro lo deja claro desde el principio: "En el calor sofocante de la Newark ecuatorial, una espantosa epidemia causa estragos y amenaza con dejar a los niños de la ciudad de Nueva Jersey mutilados, paralizados o minusválidos, e incluso con matarlos".
Canciones de puro calor
Aunque el calorcito y el verano suelen dar pie a canciones alegres y festivas sobre las vacaciones y el ocio en períodos estivales, también hay no pocos comentarios sobre lo insufrible que puede llegar a ser. Quizá el mejor ejemplo es Summer in the City, de Lovin' Spoonful, una canción de 1966 que habla sobre los agobiantes días de verano en la gran ciudad: "ciudad caliente", "no parece haber una sombra en la ciudad", "por todas partes, la gente parece medio muerta, caminando por la acera, que está más caliente que una cabeza de cerilla"...
En 1988, Los Rebeldes nos recordaron en Mediterráneo la solución más sencilla para combatir al calor urbano, huir de la ciudad y plantarse en la costa. "Que agobio de verano tengo el cuerpo empapado de sudor. Se me cae la casa encima yo ya no aguanto el calor La vida ya no es vida en la ciudad. Llegó la hora de cambiar asfalto por mar. Cansado de vivir en una jaula como un animal", comienza la mítica canción que después nos invita al "Mediterráneo, ruta de calor, Mediterráneo, al Templo del Sol, Mediterráneo, noches de luz y color".
Esa es la mejor opción, sobre todo para los que vivan en la céntrica y estresante Madrid. A ellos dirigieron The Refrescos, en 1989, su socarrona Aquí no hay playa. "Podéis tener Retiro, Casa Campo y Ateneo, podéis tener mil cines, mil teatros, mil museos, podéis tener Corrala, organillos y chulapas, pero al llegar agosto, ¡vaya, vaya!, aquí no hay playa", cantaba con humor la banda madrileña.
Inevitablemente, en la música, el calor veraniego siempre se vincula al erotismo y la sexualidad. En 1984, Radio Futura nos cantaba que "arde la calle al sol se poniente" para contarnos después, en su Escuela de calor, cómo "en las piscinas privadas, las chicas desnudan sus cuerpos al sol". Más explícitos aún fueron Los Rodríguez en 1995 con Mucho mejor: "Hace calor, hace calor, yo estaba esperando que cantes mi canción, y que abras esa botella, y brindemos por ella y hagamos el amor en el balcón".
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