HÉCTOR LLANOS MARTÍNEZ
- Como él mismo reconoce, la vida le ha dado la oportunidad de ser «testigo de primera mano de lo que ocurre en el mundo».
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"Me gusta mucho Madrid», dice Richard Gere en un apurado castellano. Nos explica que su novia española, la gallega afincada en Madrid Alejandra Silva, está haciendo de profesora. A cambio, él introduce a su nueva pareja en el budismo, religión que lleva practicando desde hace décadas. Con un pie en la celebridad y otro en la religión, es un destello de espiritualidad en Hollywood y, no nos olvidemos, uno de los grandes nombres de la comedia romántica.
El género ya ha quedado algo lejano, aunque su Pretty Woman siga siendo imbatible entre la audiencia. Ahora Gere selecciona con gran cuidado sus trabajos, para que no interrumpan en exceso su labor principal: la de ser padre de un adolescente, Homer. Desde que acudiera a San Sebastián en 2007 para recoger el Premio Donostia del Festival de Cine de la ciudad, Gere no ha parado de recibir homenajes por el cómputo de su carrera.
El más reciente de ellos ha llegado en Karlovy Vary (República Checa). Poco después de este encuentro, el estadounidense regresó a la ciudad en la que reside, Nueva York, para asistir a los actos de celebración por el 80 cumpleaños del Dalai Lama.
En los 90, sus matrimonios con la top Cindy Crawford y la también modelo Carey Lowell hacían que muchos se preguntaran si sus creencias religiosas eran tan solo un capricho de millonario. Ha pasado el tiempo y esas dudas se han ido diluyendo con el paso de los años.
Con sus respuestas argumenta que su compromiso social es algo más que una pose. A pesar de lucir en buena parte de su vida el traje de galán del cine, dice haber logrado mantener los pies en la tierra.
Lleva años encadenando premios. ¿Uno se acostumbra a recibir este tipo de halagos?
Aunque haya gente que no se lo crea, nunca di por hecho que iba a llegar hasta donde he llegado en mi carrera. Cada premio es una grata novedad. Yo siempre soñé con una vida tranquila y he conseguido tenerla. Así que, cuando salgo de ella para acudir a uno de estos eventos, es como una nueva aventura para mí y hay cosas que siguen sorprendiéndome.
El año pasado lo confundieron con un vagabundo en Nueva York y protagonizó varias portadas por ello.
Fue a causa de una película que estaba preparando, Time out of mind. Interpreto a un hombre que vive en la calle y, como se rodó con una mirada naturista, la cámara se colocaba en una posición muy alejada, con un teleobjetivo. La gente que me veía no se percataba del equipo, así que yo pasaba por un mendigo de verdad. En una de las tomas estaba rebuscando en un cubo de basura cerca de Grand Central Station y se me acercó una mujer. Me dijo: «Toma. Esto es para ti». Me dio algo de comida. Fue la única persona en más de tres semanas haciéndome pasar por un vagabundo que se me acercó a ofrecer una pequeña ayuda. Me sorprendió mucho y creo que a un mendigo le hubiera sorprendido también. Había un paparazzi tomando fotos del rodaje y captó el momento. Al día siguiente estábamos en las primera página del New York Post. Estuvieron siete días buscando a la mujer y resultó ser una turista francesa. Durante un tiempo se convirtió en una celebridad en Nueva York. Es curioso que ese acto de generosidad no llegara de alguien de la ciudad.
Quizá los neoyorquinos se han acostumbrado ya a ignorar el problema.
Todo el que pasa algo de tiempo en Nueva York puede observar la gran cantidad de gente que está en la calle. ¿Sabes que son 60.000 personas las que viven sin hogar en la ciudad más admirada y deseada del mundo? Una parte importante de ellas son niños. Allí es una realidad de lo más cotidiana, pero es un problema que nos involucra a todos. Espero que la película sirva para llamar al atención del asunto a nivel global y que las políticas locales, incluso las ONG, se enfoquen algo más a solucionarlo. Viajo a menudo dando charlas para llamar la atención sobre situaciones como la que se cuenta en Time out of mind. En unos días viajaré a Washington, pero no puedo estar en todos lados, así que un filme puede hacer eso por mí.
Como padre le debe resultar especialmente doloroso ese dato.
Antes que actor soy padre. Es mi trabajo principal. Al ser mi prioridad, afecta a mi carrera. Pero no tanto porque diga que no a algunos proyectos como porque digo que sí a otros. Si me ofrecen trabajar en Nueva York o en sus cercanías, como me ha pasado en mis tres últimas películas, y me interesa el papel, entonces tengo un gran aliciente para aceptar. No quiero estar alejado por mucho tiempo. Si tengo que hacerlo, hablo con mi hijo. Le pregunto si le parece bien que me marche por un tiempo. Si dice que no, rechazo la oferta sin dudarlo. Así de sencillo.
Llega un momento que puede elegir en su carrera.
Como ahora mismo me muevo en filmes independientes es más fácil tomar decisiones. Ya tuve una época en la que gané lo suficiente. No necesito más dinero.
Pero antes de todo eso, usted vivía en una comuna en el Estado de Vermont y era músico.
Eso fue hace mucho tiempo. Estaba en una banda y tocaba los teclados y la guitarra. En realidad nunca he dejado de ser músico. Sigo tocando varios instrumentos, solo que no en público. Ya me expongo ante la audiencia a demasiados niveles, así que me gusta dejar esa parte de mí en privado. Cambié la música por el cine porque las cosas surgieron así. No fue algo que me impusiera a mí mismo.
¿Se pregunta qué hubiera sido de su vida de haber tomado una decisión distinta y no haber cambiado de vida?
Sí que lo hago. Nunca lo sabré, de todos modos. La vida me ha dado la oportunidad de ser testigo de primera mano de lo que ocurre en el mundo, me siento muy afortunado de no tener que preocuparme por mi sustento económico y de poder ayudar así a mis amigos y a mi familia. Como dicen los Greatful Dead en una de sus canciones, «What a long strange trip its been» (Qué viaje más largo y extraño he tenido). Refleja muy bien cómo me siento en este momento.
¿Su compromiso social llegó como una forma de agradecer esa fortuna en su vida y de invertir su notoriedad en algo positivo?
Creo que es algo que debe de estar en cada uno de nosotros, con independencia de nuestra situación personal. Quizá yo esté en una posición en la que pueda hacer algo más y solo es así porque vosotros los periodistas escribís sobre ello. Pero no siempre es necesario que hagas grandes gestos para dejar tu huella en el mundo y que tu actitud cambie el lugar en el que vivimos. Pequeños detalles de generosidad también dan pie a una comunidad más positiva. Una sonrisa al camarero agobiado de trabajo que te está atendiendo en un restaurante, o quizá una generosa propina o un simple gracias. Con un gesto así, puedes estar aportando algo de paz a otra persona. Y eso es algo igual de relevante.
¿Cuáles son los objetivos principales de la Fundación Gere, que usted creó en los años 90?
Aunque intentamos mantener una mirada abierta a todo lo que ocurre en el mundo, estamos muy centrados en todo lo relacionado con el Tíbet. Traducimos y publicamos libros y donamos dinero a otras organizaciones que transmiten las creencias del budismo. Defender los derechos humanos también es una de nuestras prioridades. Viajo por todo el mundo y creo que es un asunto que implica a todos los lugares que visito, aun siendo situaciones muy dispares. Allá donde voy, puedo usar mi voz para que algunas cosas cambien.
Un aspecto muy distinto de su vida es el de haber sido rey de la comedia romántica en su época dorada. En los últimos tiempos, jóvenes talentos del cine estadounidense abogan por recuperar la esencia de esas películas de los años 80 y 90. O sea, que siguen existiendo, pero parece que se ha perdido la magia.
Sí creo que todavía haya espacio para ese tipo de películas, pero advierto que, al contrario de lo que la gente suele pensar, no es nada fácil hacerlas
No puedes ni imaginar cuántas veces se ha intentado repetir el éxito de Pretty Woman en los años siguientes a su estreno. Muchas de ellas contaban con actores maravillosos y grandes guiones. Pero, por alguna razón, casi todos fracasaron. Es necesario que surja una magia inexplicable que no se puede programar. Si alguien decidiera rodarla de nuevo, plano por plano, seguramente no lograría el mismo resultado.
¿Quizá la clave del éxito fue la química entre usted, Julia Roberts y el director Garry Marshall?
Por supuesto que el grupo de personas que coincidimos en ese proyecto fuimos responsables de esa magia que trasciende generaciones. Nuestras buenas vibraciones se dirigían en la misma dirección. Y es justo por eso que no se puede contar como un mérito mío, o de Julia o de Garry. A día de hoy, se me sigue acercando gente para decirme: «A mi hija de 7 años le encanta la película», lo que en cierto modo me impacta. Pero aun así, ese no fue el único ingrediente. De hecho, los tres intentamos revivir la experiencia años después con Novia a la fuga. El resultado fue bueno, pero no hay duda de que no fue lo mismo.
Por lo que cuenta, da la sensación de que no tiene ningún sueño profesional pendiente de cumplir.
Puedo asegurar que el día que esté en mi lecho de muerte no estaré pensando en películas (ríe).
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