DANIEL G. APARICIO
- La actriz francesa habló con '20minutos' sobre 'Nadie quiere la noche', el último largometraje de la directora española Isabel Coixet.
- La película narra la historia de una mujer de clase alta que se interna en el Polo Norte y debe aprender a convivir con una una mujer inuit.
- Las declaraciones de Juliette Binoche sobre el racismo y la xenofobia son anteriores a los terribles atentados de París.
Elegante y bella a sus 51 años, Juliette Binoche, una de las actrices francesas más aclamadas de todos los tiempos, visitó Madrid para promocionar Nadie quiere la noche (27 de noviembre), el último trabajo de Isabel Coixet. Con una mirada que denota inteligencia y una forma de expresarse que la corrobora, Binoche explicó a 20minutos su forma de ver el mundo actual, una postura en contra del racismo y la xenofobia que, pese a haberse realizado antes de los terribles antentados de París, no pierde su valor.
Nadie quiere la noche habla de dos mujeres de mundos muy diferentes que tienen que llegar a entenderse, ¿es un buen mensaje en este mundo en el que el racismo, la xenofobia y el clasismo están a la hora del día?
Desde luego, esa es una de las razones por las que me apeteció hacer la película. Hay que bajarse del pedestal de la supremacía blanca occidental que cree saberlo todo, controlarlo todo y conquistar el mundo. Hay otros seres humanos en esta tierra y nosotros tenemos que dejar de pensar que somos los únicos. Además, con la crisis por la que estamos pasando, hemos intentado seguir en la misma dirección y ha quedado claro que no se puede empujar el planeta como lo estamos haciendo. Por lo tanto, habrá que dar un giro, tenemos que cambiar de conciencia.
¿Se siente de algún modo identificada con su personaje?
Espero que no demasiado, pero me obligué a identificarme. Soy blanca, soy occidental y con el privilegio de una educación, como ella, aunque lo subrayo bastante para que se notase el contraste con lo que pasa después, que es que ella baja del pedestal, deja atrás su educación, sus ilusiones, sus deseos y logra enfrentarse a unas circunstancias muy adversas: el frío, el hambre... Esa coyuntura la obliga a conocer la experiencia de la humildad.
¿Se ve viviendo una aventura en condiciones tan extremas como las de la película?, ¿o haciendo deporte de riesgo tal vez?
Interpretar siempre es un deporte de riesgo, te lo aseguro. Hay una adaptación física, de lenguaje, de emociones, de geografía, de conciencia. Hay una enorme cantidad de transformaciones. No creo que haya otra profesión que requiera más transformaciones. A menudo, la transformación emocional va con la física. Es verdad que este caso es un poco extremo, no tenían comida y cada vez hacía más frío. De hecho, para mí las escenas más difíciles fueron las del iglú porque imaginar un extremo tal es muy complejo.
¿Cómo lo ha afrontado?, ¿le ha afectado física y psicológicamente?
El cuerpo cree lo que uno quiere que crea. De hecho, después del rodaje estuve muy frágil durante un mes y me quedé tocada por el tema, pero a la vez es normal porque si uno quiere alcanzar al público tiene que sentirse tocada. Si no, no funciona intelectualmente.
Hubo parte del rodaje que se hizo en Canarias, ¿no resulta eso un poco desconcertante?
Si supieses todo lo que se vive en un rodaje que desconcierta, te sorprenderías. Eso se llama cine.
Por otro lado, es una película de corte intimista. ¿Cómo se logra ese intimismo con todo un equipo de personas trabajando alrededor?
En la evolución de cómo trabajo, si algo exterior me molesta para dar algo íntimo ahora son los móviles, los portátiles, es mi responsabilidad integrarlo en mí misma para que no haya una separación. Por eso, cuando un equipo técnico empieza a preparar el plano me gusta estar ahí, en medio de ellos, y mirarlos trabajar. Es mi forma de empezar a entrar en la escena y luego, cuando yo tengo que desvelarme, ya hay una relación hecha: la confianza, la atención, las miradas...
Esta es una película hecha por una mujer y protagonizada por otras dos, ¿se trata de una excepción dentro de un mundo aún muy masculino?
En los últimos veinte años no sé exactamente si se ha duplicado, triplicado o cuadriplicado el número, pero hay muchas más mujeres directoras. Las conciencias están cambiando poco a poco y las productoras y los financieros también van ganando confianza y perdiendo prejuicios. A menudo, el público no se fija si es un hombre o una mujer quien hace una película. Va a verla porque hay algo que les atrae: han oído hablar de ella, del tema, de los actores... Creo que está evolucionando positivamente.
Hace poco, Jennifer Lawrence denunció la diferencia salarial entre actores y actrices. ¿De verdad es así?
Sí, pero no pasa solo en el cine, sucede en todas las profesiones. En algunos países, que tu marido no te pegue una paliza ya es un gran victoria.
¿Cómo ha sido trabajar con Isabel Coixet? Dicen que deja mucha libertad a los actores.
Sí, es cierto. Tener a un director que aparca a los actores como si fueran coches lo hace todo más fácil, y la verdad es que Isabel no se preocupa en absoluto de aparcar a sus coches-actor, pero para nada (risas). Sin embargo, creo que su forma de rodar es tan independiente que siempre encuentra una fórmula interesante. Pero sí, como actor es cierto que sueles estar en el borde. Dices: "¿y ahora yo qué hago?".
Alguna vez ha dicho que en Hollywood, un actor corre el riesgo de perder poder sobre las decisiones.
No es exactamente eso. En todas las películas, tienes que depositar tu confianza en el director, que es el que va a construir la película. En el cine de autor también hay que darle al director esa confianza, pero hay un estado espiritual diferente.
¿A qué se refiere?
Se piensa de otra forma. De hecho, los americanos no lo esconden y lo llaman producto. Es una industria que gana dinero mediante un producto llamado película. La diferencia es que en Europa creemos en el cine como una fórmula artística, no se hace por el dinero. Obviamente, no siempre es así, hay americanos que también lo ven de este modo, pero el jugo que nosotros aportamos al cine mundial es una idea artística que parte de un autor, de un guionista, más o menos fallida o más o menos inteligente, pero creativa. En resumen, allí se trata de ganar dinero mientras que el producto europeo intenta perder lo menos posible.
En España, la gente del cine envidia el sistema francés. Mientras, usted dice que le gustaría trabajar con Almodóvar...
Sigo teniendo ganas de trabajar con Almodóvar (risas). Es verdad que tenemos un sistema que muchos países nos envidian, incluso Estados Unidos, porque permite que todo el cine perdure a pesar de las dificultades financieras. Es como los reyes que antes apoyaban a los artistas en las cortes. La cultura aporta enriquecimiento, forma parte de una identidad, aporta evolución, es una necesidad.
Pronto aparecerá en Los 33, la película sobre los mineros atrapados en Chile. ¿Puede avanzarnos algo?
Es una película coral con Antonio Banderas como protagonista en la que no sólo se habla de los mineros. Si las mujeres de los mineros no hubiesen estado ahí para gritar, armar jaleo, contactar con los medios y mostrar la injusticia cometida con esos hombres ahí abajo, el gobierno chileno no habría hecho lo que hizo. Uno de los objetivos del filme es que la gente sea consciente de que hay 12.000 mineros que mueren cada año en condiciones físicamente infames. En algunas minas, las condiciones de extración de metales como el oro, la plata o el coltán que está dentro de muchos dispositivos electrónicos son execrables. Es casi una esclavitud.
¿En qué idioma se rodó?
Inglés con acento español. Me habría encantado aprender español, pero no funcionó (risas).
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