domingo, 30 de marzo de 2014

Infografía | La frontera es el sitio más caro de Venezuela

En la calle venden lo que no se ve en los anaqueles de Táchira


Albinson Linares.- Los comercios de víveres abren muy temprano en San Antonio del Táchira, donde anaqueles vacíos y precios muy altos reciben a los compradores que se quejan por las largas colas. “Nosotros vivimos en la ciudad más cara del país. Aquí, un cartón de huevos cuesta Bs 200 (Bs 70 más que el precio en Caracas), el litro de aceite Bs 90 (Bs 82 más que el regulado), la leche de chiva a Bs 100 la botella y no se consigue. El agua de botellón Bs 50 (Bs 20 más), una botella de refresco vale Bs 90 ( el doble que en la capital)”, advertía María Sánchez, quien el 15 de marzo hacía la larga cola de un abasto en la avenida 1° de Mayo.Sánchez tenía el número 300 y aseveraba que al cruzar el puente internacional Simón Bolívar, en Cúcuta, a cinco minutos de donde pasó cuatro horas aguantando sol, se encuentra de todo: “Usté va a La Parada y está todo lo de Mercal pero a manos llenas, todo se lo llevan de aquí porque para ellos es baratísimo. El contrabando nos está matando y el Gobierno confisca gandolas todos los días, pero no termina de resolver esto”.Eso, la situación irregular y compleja, comienza a respirarse desde antes de llegar a los municipios Bolívar y Pedro María Ureña. Para Alejandro “Tato” García, alcalde de este último, se ha corrido la frontera: “Hay varios puntos de control desde Peracal y los militares tenían órdenes de requisar los víveres y quitar los mercados familiares que la gente traía, porque lcomida no llega hasta acá”. Autoridades fronterizas rodaron el puesto militar cinco kilómetros más adentro del territorio venezolano.La alcabala más grande de la zona, Peracal, queda cinco kilómetros antes de San Antonio y Ureña, junto con los demás puntos de control del Cicpc y otros organismos de seguridad, por lo que -al confiscar las compras personales de muchos ciudadanos- estos se sienten como parte de otro país.Al pasear por el centro de San Antonio, a mediados de este mes, el festín de precios no tenía final: los buhoneros ofrecían como una ganga bolsas de 1 kg de arroz y azúcar a Bs 150 cada una (con un incremento de más de Bs 140 del precio regulado), granos a Bs 70 (el doble que en Caracas) y una promoción especial de champú y dos jabones por Bs 320 (el litro cuesta Bs 49,96 y el jabón de baño en barra de 150 g 7,82 Bs). “Así, así se compra, su mercé. Aproveche que esto se acaba ¡ya!”, gritaba Marcelino, un vendedor ambulante, colombiano, parado en una esquina de la avenida Venezuela.A siete cuadras del río Táchira, Marcelino seguía pegando alaridos como desaforado la mañana del 16 de marzo. “Para oler bien, ¡hay que pagar, señores y señoras!, esto se lo trae Marcelino directo de la perfumería”. Cuando se le pregunta por la legalidad de lo que hace, el vendedor se escabullía: “A mí no me para nadie, ¿no ve que hasta los guardias me compran? Esto es para la gente porque, a fin de cuentas, ¿quién no se quiere bañar?”. Mientras tanto, muchas perfumerías permanecían con los anaqueles vacíos.El diferencial cambiario. En una reciente entrevista con Últimas Noticias, el gobernador de Táchira, José Gregorio Vielma Mora, afirmó: “Aquí hay un diferencial cambiario, no quiero crear ningún caos, pero la moneda colombiana está sobre el bolívar en forma no oficial. Hay un dólar más aparte del paralelo que es diferente y vale menos que las ventas del centro de la ciudad. Además, tienes el euro y el bolívar devaluado. Son cinco monedas que hacen paridad aquí”.Esa denuncia explica, en parte, la caótica fluctuación de precios en las calles de la frontera. Para José Rozo, dirigente empresarial y miembro de Fedecámaras, Conindustria y Consecomercio, la debacle económica empezó en 2002, en el cuarto año de gestión del presidente Hugo Chávez.“En 14 años, desde 1983 a 1998, la moneda nacional pasó de valer 0,50 centavos de peso a 2,45 pesos, es decir, nos pusimos arriba y valíamos más. En este momento, un bolívar en la frontera cuesta 0,025 centavos de peso, unos 35 bolívares por peso”, declaraba Rozo el 18 de marzo.Con la implementación del Sicad 2, el bolívar tuvo una recuperación notable, por lo que, al cierre de esta edición (el viernes 28 de marzo), se cotizaba a 0,026 centavos de peso. Sin embargo, la moneda fluctúa todos los días en estos territorios y muchos temen que vuelva a caer en cualquier momento. “El Sicad 2 va a permitir tener acceso a las divisas para importar insumos y materia prima. Ya hay un alivio para que muchos sectores traigan su materia prima del exterior. Pero mientras no haya medidas macroeconómicas que busquen la paridad cambiaria, no se podrá controlar el contrabando”, asegura Rozo.“Tato” García, el alcalde de Ureña, explica entre risas la paradoja que sumió a esos municipios en la vorágine inflacionaria: “Nuestra economía está colombianizada. Un salario mínimo en Colombia es de 617.000 pesos, y eso dividido en el cambio de hoy (0,030 el 19 de marzo) es casi 21.000 bolos, lo que yo gano como alcalde. Son siete salarios mínimos venezolanos; es decir, un empleado que vende pantaletas en el centro de Cúcuta gana lo mismo que el alcalde de Chacao”.Rodeado de sus 12 chihuahuas, el político se ve feliz, pero el rostro se le ensombrece cuando explica la riqueza ilegal y fácil que proviene del cambio: “Una pimpina de gasolina que lleva 20 litros vale cerca de dos bolívares acá, pero al pasar el río se convierten en 1.000 bolos. Por eso el contrabando se vuelve incontrolable”.El diálogo como solución. Emilio Pérez, abogado y miembro del Psuv, cree que los fanatismos nunca han traído nada bueno a la frontera. A inicios de marzo, cuando arreciaban las protestas en San Antonio, lo amenazaron con quemarlo vivo por levantar guarimbas y denunciar la violencia.“Como militante siento que hemos estado abandonados. Hacen conferencias de paz, pero no escuchan a las bases. Invito al gobernador para que hable con nosotros, con el pueblo de la frontera, porque la única manera de frenar el contrabando es buscar la paridad cambiaria. Aquí pueden traer ejércitos de Marte y seguirá siendo lo mismo. No todos los órganos de seguridad son corruptos, pero el diferencial cambiario produce mucho dinero y puede corromperlos”, comentaba el 20 de marzo.En sus 43 años, este abogado jamás había visto algo parecido. Admite que unos 40.000 colombianos vienen y regresan por la frontera todos los días. Muchos son desempleados, dedicados en exclusiva al contrabando. Se trata de un ejército (donde miles están cedulados y son venezolanos) que supera varias veces a los efectivos militares, apostados en la zona: “He comprado un kilo de carne en Bs 300 (los cortes de primera cuestan Bs 27,29 a precio regulado), un filet de curvina o merluza en Bs 600 (en automercado valen entre Bs 138,89 y Bs 160) y pensé que venía de Rusia. No es posible que mi suegra esté en Barranquilla y allá compre Mazeite, leche en polvo y útiles personales fabricados en Venezuela. Hay que buscarle la vuelta”.La Parada es un pequeño caserío colombiano de calles polvorientas, ubicado a 10 minutos del puente internacional Simón Bolívar, si hay tráfico. Allí, entre arrobas de papas negras y amarillas, café Sello Rojo, bocadillos de guayaba y aguardiente, se encuentran las respuestas del drama vivido al otro lado. Están apiladas en cajas y empaques plásticos de aceite, harina, arroz, granos, leche y jabones, todos hechos en Venezuela.


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