Parece sacada de un cuento de hadas o ciertamente vinculada a un milagro. Un inesperado hecho le ha literalmente cambiado la vida a la neozelandesa Lisa Reed, quien cuando era sólo una niña le encontraron un tumor cerebral que le presionaba el nervio óptico. Tras algunos años con dificultades, perdió completamente la visión a los 11.
Y su vida cambió. Se habituó a vivir en la oscuridad con la ayuda de un bastón y de un perro lazarillo, aprendió a desarrollar su vida como muchas otras personas que padecen de ceguera.
Así, fueron 13 largos años marcados por la oscuridad. Pero de pronto todo cambió.
El 15 de noviembre del 2000, como hacía habitualmente antes de dormir, buscó a “Ami”, su perra, para desearle buenas noches. La halló acostada debajo de una mesa, así que se agachó y la besó.
Sin embargo, al levantarse perdió la referencia del espacio por un momento y se golpeó fuertemente la cabeza. Tras dar algunos quejidos de dolor y frotarse con la mano, se fue a acostar a su cama.
A la mañana siguiente, se levantó y notó que había algo diferente. Después de algunos segundos de desconcierto, se dio cuenta de qué era: había recuperado parcialmente la visión.
“Nadie sabe qué pasó, ni puede explicarlo”, contó el Daily Mail Australia.
“Realmente no puedo describir lo que sentí. Fue fantástico, maravilloso. No se puede imaginar lo que significa no poder ver y luego, de repente, poder. Es un regalo ver el mundo nuevamente”, agregó.
Agencias
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