PAULA ARENAS
- "Necesitaba enfrentarme a lo que sentía, al miedo social y al miedo propio", dice Bernardo Moll, padre de Jan, director de la película de su hijo.
- Todo empezó el mismo día que les dieron la noticia de que su hijo tenía Síndrome de Down.
- Desde entonces hasta ahora, Moll no ha dejado de grabar. El resultado: un documental que este 28 de abril se verá en el Festival de Cine de Málaga en la Sección Oficial.
Tengo frío. Y Jan abraza hasta que se olvida el primero de los fríos, el peor y el más interno.
Jan tiene seis años, los ojos de un azul cálido y profundo, y es el protagonista de un documental, La historia de Jan, que este 28 de abril podrá verse por primera vez en una sala de cine, y no en una cualquiera: en la sección oficial del Festival de Cine de Málaga.
Hermoso, poético, duro, emocionante y necesario son sólo algunos de los calificativos que pueden darse a la película que el padre de Jan, Bernardo Moll Otto, ha tejido con lo que al principio fue un puñetazo en mitad del pecho. Corazón.
El esperado bebé, el hijo de Bernardo y Mónica Vic, nacía y en ese instante ellos vieron que algo no iba bien.
La intuición se convirtió en realidad. La noticia de la sospecha, la confirmación, llegaba para dar la razón que menos querían haber tenido. Tres palabras: Síndrome de Down.
Hoy no hay más que verlos para comprender la felicidad a la que les ha llevado Jan, y al entendimiento como pareja. "Jan ha cambiado todo, ha cambiado nuestra vida", dice su padre. Si hay algo que lamente es que su propio padre, fallecido en 2003, no pueda ver al que sería su nieto y esta película, porque "también está dedicada a él. Me enseñó lo que sé como padre".
El 4 de noviembre 2009 llegaba este pequeño actor que no sabe el poder que tiene su mirada, sus gestos, su manera de impostar muecas de enfado o risa, según le pidas, y al que le fascina la música. Hasta el punto de que cuando Moll le muestra un disco, en el salón de una casa llena de luz y de protecciones que eviten los golpes, dice: "Bunbury". Repite la prueba, esta vez con un CD que no ha visto nunca, "a ver si lo reconoce", y acierta: "Bunbury".
Le cuesta hablar, pero se hace entender y además conoce el lenguaje de signos, aunque cuando su madre le pide que nos lo enseñe, mira con cara de: ahora no lo voy a hacer ,y lo dice en lugar de hacerlo. "A ver, Jan, ¿cómo se dice pan?", y Jan en vez de usar el lenguaje de signos, dice, como quien dice algo evidente: "pan".
También rapea y eso sí que nos lo enseña; y baila porque la música le fascina, corre y, tras muchas horas de trabajo, hace lo que de otro modo igual no podría.
"Cada movimiento ha costado muchísimo", dice Mónica mientras su hijo sube al tobogán y se desliza por él. "Para hacer eso han sido días y días de esfuerzo".
El documental da fe de ello, de cómo sus padres y él han ido trabajando sin descanso y con un sentido del humor que sólo se cree al ver la película desde que nació hasta los seis años, que es cuando termina. "Ahí vi que la historia estaba contada", dice Bernardo, que siempre se ha dedicado a dirigir y a montar, aunque nunca de este modo, con su propia vida.
"Cuando lo ves, quieres cortar todo en lo que sales; pero ahí te dices: tú como montador, ¿lo dejarías? Y sí, lo pondría aunque como padre, no. Así que lo dejo".
La madre de Jan, que es la otra protagonista de esta historia y que es actriz, por primera vez no ha tenido que interpretar ni aprenderse un papel. "No nos dábamos cuenta de que nos grababa. Al principio, de recién nacido, lo hacía con el móvil. Luego se compró una buena cámara y ahí ya había intención de hacer un documental".
Todo empezó con un blog, La historia de Jan, cuya primera entrada coincide con el día que les dicen que su hijo tiene Síndrome de Down. "Necesitaba enfrentarme a lo que sentía, al miedo social y al miedo propio. Te sientes muy solo. Me dije: si tanto miedo tienes a lo social, hazlo social". Palabra cumplida.
Y fue filtro, catarsis, jamás vómito: "Era mi canal para soltar, porque Mónica lloraba y lo sacaba, pero yo no". Se ve en la cinta, casi golpean las imágenes de Bernardo luchando contra cualquier asomo de tristeza. Al tiempo es mágico ver cómo se inventa canciones para su hijo y celebra cada avance.
Jan nos enseña su parque, su casa, sus juguetes, se cuela entre sus padres que nos cuentan lo que el documental muestra y también lo que no muestra pero se intuye.
Y llora cuando se acaba su película. Su padre puede que esta noche también lo haga: "Igual cuando lo vea en el cine, me rompo". Ha aguantado detrás de la cámara, pero le queda por sacar. "Oye, también hay cosas divertidas en el docu, ¿no?" Claro que las hay. De hecho no ha traspasado ni una frontera. El último abrazo de Jan al irnos, después de una tarde que no vamos a olvidar, coloca lo que importa en el territorio debido: donde no hace frío.
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