Compradores se las ingenian para llenar la Alacena
UN| Alicia Aguilar.- Un compositor anónimo sumó al cancionero folclórico un galerón llanero (“Estanislao”) de que el refranero popular tomó una estrofa que trata de “pintar” el arranque del venezolano común para sortear situaciones que le son adversan. El “yo me resbalo en lo seco y me paro en lo mojao” no es otra cosa que la disposición de ingeniárselas para salir del callejón, de “no quedarse en el aparato”... y esto, precisamente, es lo que está haciendo el consumidor con la crisis de abastecimiento de productos de primera necesidad que, tras no menos de cinco años de engorde, ha explotado con todo en el primer mes de este año. “Hay que moverse ‘mijita’. Si quieres comerte la arepa tienes que buscarla, ponerte pilas”, dijo Carolina Briceño, ama de casa, a la salida de un supermercado frente a la que se apostaban decenas de personas ávidas por adquirir dos latas de leche. Cacería. “Moverse”, para el consumidor promedio, supone una virtual cacería del producto buscado; estar alerta con el contenido de las bolsas de mercado que cargan los transeúntes; activar la “radio bemba” con los familiares, entrar a todo expendio de alimentos que se le atraviese en el camino o comprar al mayor, y en cambote -con parientes y vecinos- el bulto de harina precocida o de papel tualé. El analista económico Luis Vicente León, presidente de la firma Datanálisis, señala que el lidiar cada día con el tema de del desabastecimiento o escasez tiene a un gentío a un tris de la esquizofrenia. En un escenario con altos precios, lo normal es que los consumidores retrocedan con el consumo del producto costoso, para buscar sustitutos al alcance de sus posibilidades. Sin embargo, la ausencia de éste, ése y aquel producto solicitado, así se busque debajo de las piedras, lanza al consumidor un mensaje que no admite otra interpretación: “actúa para protegerte”. Esa protección se mide en la cantidad de unidades en inventario en cada hogar; por ello, la persona hace una cola de dos horas para llevarse dos paquetes de harina para las arepas o dos botellas de aceite, aunque ya tenga cuatro en su casa, evento que desde Miraflores se ha bautizado como “acaparamiento doméstico”. “El consumidor está altamente sensible. El poder de compra ha disminuido, cada mes compra menos que el anterior y la oferta de productos básicos es insuficiente. El venezolano es hoy un consumidor enloquecido por el entorno”. Imaginación. El afán por aprovisionarse para garantizar esa protección que percibe como ineludible es un acicate a la imaginación, que ha llevado al consumidor a ampliar el rango de búsqueda. Simón Noboa, vecino de Los Teques, realiza “importaciones domésticas” desde su natal Ecuador, Marley Sandoval, residente en San Antonio de los Altos, las hace desde Colombia a través de venezolanos que se mudaron para ese país, y Alexandra Zapata, también en San Antonio, enciende su tableta y “navega” por el mapa que le refleja la pantalla de 10 pulgadas, para ubicar dónde hay azúcar o margarina, de acuerdo con los últimos datos aportados por otros consumidores que comparten la aplicación en la web. Mensajes de texto y pines; las redes sociales Facebook y Twitter, “vacas” para compras familiares, encomiendas vía terrestre o aérea dentro del país, o enviadas por parientes desde el exterior, y armarse de paciencia para hacer las colas. En Charallave, Guarenas, Los Teques o La Guaira, el consumidor ha confirmado una de las leyes del mercado: “el producto más caro es el que no se consigue”. Las encomiendas familiares recorren el país en maletas, otros importan de sus países, y se desarrollan redes sociales que ayudan a aligerar la búsqueda
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