Cuando la vida de las personas orbita alrededor de una permanente búsqueda de dinero, sin motivaciones que enriquezcan sus existencias, sin pasiones que les motiven a levantarse cada mañana con la energía de concretar sueños en realidades, carentes de emociones ante las tareas realizadas o por realizar, entonces estamos ante seres semejantes a zombies de películas, motivados solo por consumir a los vivos aunque ello ni siquiera les sirva para recuperar sus propias vidas.
Lamentablemente hemos aprendido a vivir para consumir insumos que tal vez ni necesitamos y, peor aún, que a veces después de obtenerlos ni siquiera usamos. Así lo heredamos de la familia, de los espacios donde nos desplazamos cada día, sin que ello signifique que las personas que influyen en nuestra conducta desde que nacemos sean necesariamente nocivas. Ellos lo aprendieron también de quienes modelaron sus vidas. Es una cadena, un círculo vicioso.
Si prestamos atención a un ejemplo tan simple como es el espacio que circunda a un niño, los adultos (expresando de esa manera tal vez su profundo amor) se empeñan en atiborrarlo de juguetes, a los que en su mayoría los infantes no prestan mucha atención. Hay chamos -a quienes puede considerarse diplomáticos- que reciben los regalos con una sonrisa, para dejarlos abandonados al poco tiempo. Y hay quienes hasta se muestran indiferentes ante el nuevo objeto.
Esos son parte de los primeros pasos para asimilar la creencia de que es satisfactorio obtener y acumular bienes materiales aunque no nos sirvan para nada. Y si no, hagamos memoria de cuantos enseres, ropa, artefactos, hemos comprado ante la supuesta necesidad de tenerlos y con reiterada frecuencia usamos muy eventualmente o sencillamente acumulamos para aparentemente sentir el placer de poseer el producto de moda, exclusivo o más caro. Cuántas cosas tenemos acumuladas. Si somos sinceros y hacemos un análisis concienzudo, la respuesta puede ser sorprendente.
Y hacemos estas referencias que pueden parecer que nos hicieron salir del tema central, para retomar precisamente el caso de la motivación o más bien falta de motivación que mueve a muchas personas desde que se levantan, y cuidado sino también hasta en sus sueños: el afán de buscar dinero con gríngolas, sin ver ni sentir el placer de vivir, solo para obtener bienes materiales que en su mayoría podrían ser innecesarios.
Y no es que estemos tratando de sugerir que debemos vivir en las nubes, pensando solo en pajaritos preñados o en la inmortalidad del cangrejo, en una vida sin proyecciones, de ensueño o, en el peor de los casos, de vagancia. Es que la vida motivada solo por el dinero es sencillamente vacía, carente de sentido.
Por algo los entendidos en la materia reconocen la vocación como la principal base para proyectar la ocupación de cada persona a lo largo de su vida. Es el disfrute al realizar determinada actividad, las emociones generadas al estudiar temas atractivos para cada quien, realizar un oficio con gusto, confeccionar una comida, ropa, cantar, pintar, escribir, enseñar, diseñar, comercializar, bailar, actuar, hacer con gusto aquello que nos guste, apasione y nos haga feliz.
Cuando alcanzamos perpetuar, hacer realidad las actividades que nos atraen entonces lo demás vendrá por añadidura. Lograremos aquella vieja máxima de hacer lo que nos guste y que de paso nos paguen por ello. Ese es el quid del asunto. Lo contrario es un sinsentido, es desconocer el sabor de la vida para ir en búsqueda solo de dinero, magnificándolo por encima de la existencia, sin reconocer que al hacer con amor y dedicación las tareas trazadas sentamos las bases para ser infinitamente ricos hasta materialmente.
María Elena Araujo Torres
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