HÉCTOR LLANOS MARTÍNEZ
Fuera del foco, la célebre excentricidad con la que se lo relaciona y que transciende la pantalla se muestra sin histrionismos. Ocurre si charla con un grupo de amigos en una exposición; cuando acude a una conferencia, donde escucha con sincera atención entre la audiencia; o mientras espera sentado en la sala de cine, mirando al vacío, a que una de sus películas se proyecte por vez primera ante el público.
Al observarlo de manera furtiva se constata que la rareza de John Malkovich parece natural, nada impostada. Uno se pregunta qué pasa por la mente de este hombre genuinamente amable, pausado en extremo y que ha sabido no renunciar a la curiosidad infantil, convirtiéndola en madura lucidez. No es de extrañar que el imaginativo cineasta Charlie Kaufman fantaseara con la idea de encontrar una puerta que nos trasladara al interior de su cabeza en la película de culto Cómo ser John Malkovich (1999).
El propio actor, nacido en el Medio Oeste estadounidense en 1953, reconoce que buena parte de su personalidad está marcada por su pasión por Europa, donde ha vivido durante las tres últimas décadas entre Italia, Francia y su adorada Lisboa, además de ser un habitual de la vida cultural de Viena.
De hecho, no se considera un estadounidense al uso, aunque reivindica su cultura tanto como la del Viejo Continente. "Viajo, vivo y trabajo en los dos lados desde hace tres décadas. Se puede decir que soy el resultado de hermanar ambos mundos", nos comentó personalmente en una ocasión, a su paso por Berlín durante una de sus giras teatrales internacionales.
Sus inquietudes personales van más allá que las etiquetas de una de las más originales estrellas de cine y de bon vivant que hasta el momento hemos establecido. Es, además, empresario, por lo general de proyectos que tienen que ver con el sentido más hedonista de la vida, y también se involucra en cualquier actividad artística que le resulte inspiradora, al margen de la actuación.
El actor diseña su propia línea de ropa masculina para su firma de moda Technobohemian y durante años se ha encargado de encontrar, personalmente, la mejor fábrica de Italia que la confeccione y a los mejores socios, conocedores del oficio.
También colabora con su amigo fotógrafo Sandro Miller en una comentada colección de fotografías que homenajea los retratos más icónicos del género y, con ellos, a grandes personajes, como Marilyn Monroe, Salvador Dalí, Einstein o Jean Paul Gaultier.
El proyecto Malkovich, Malkovich, Malkovich está girando por todo el mundo. Tras presentar la exposición en Lisboa hace unos meses, Malkovich sirvió de perfecto anfitrión, de los locales que posee en la ciudad, para otros colegas del mundo del cine que visitaban la capital lusa. Es dueño, junto a Catherine Deneuve, del restaurante con sala de exposiciones integrada Bica do Pato, en el barrio tradicional de la Alfama, y a pocos metros de distancia se encuentra el moderno club nocturno Lux Fragil.
Unas semanas antes nos encontrábamos con él en el Festival de Zúrich para hablar de su particular vida y carrera.
Hoy luce sus propios diseños, de su firma Technobohemian. ¿Comenzó a crear ropa masculina para encontrar las prendas que le gustaría llevar?
Sí, lo que llevo hoy es de Technobohemian, pero no siempre es así. He elegido un par de prendas con las que me siento cómodo. Pero que conste que no diseño para mí. No lo enfoco de esa forma. Simplemente dibujo prendas sobre un papel sin analizar a quién van dirigidas. Es algo más bien orgánico, poco meditado.
¿Pero sí busca un estilo concreto en ellas?
Busco crear prendas únicas, con materiales de calidad, pero que se puedan llevar con vaqueros. En realidad es todo muy clásico. No soy entusiasta de los diseños rompedores, así que no creo que lo que hago atraiga a los adictos a las tendencias.
Muy comentada ha sido últimamente su sesión fotográfica con Sandro Miller.
Sandro es amigo y comenzamos poco a poco. Probablemente hagamos más en breve. Es un proyecto divertido, pero también complicado convertirme en esos personajes, porque además son retratos icónicos de otros fotógrafos, que nosotros invadíamos. No me considero bueno imitando y en cierto modo se trataba de eso.
Entre los personajes ilustres que recrean está el español Salvador Dalí.
Fue uno de los más complejos. Supongo que en el resultado final me parezco a él solo para los que no lo conocen mucho. A veces sentía que no podía continuar con alguna de las transformaciones si Randy, el maquillador de Sandro, no me ponía una prótesis en la nariz o un postizo. Hasta que la chispa saltaba.
¿Y sus favoritas?
Una de ellas fue recrear a las gemelas de Diane Arbus. Algunas costaron más que otras. Por ejemplo, hacer de Marilyn Monroe también tuvo su interés. En esa foto no creo que haya quedado tan mal para un hombre sesentón
Ella siempre parecía tan triste... y creo que ésa fue la última sesión de fotos que hizo, muy poco antes de morir.
Como director en Pasos de baile (2002) coincidió con muchos nombres del cine español.
Recuerdo a menudo a Javier (Bardem), a Juan Diego (Botto) y a Elvira (Mínguez). Había visto a Javier en muchas películas españolas y siempre me impresionó como actor. Al conocerlo también lo quise como persona. Con Elvira sigo en contacto todavía. Y eso que no compartimos una experiencia fácil. Teníamos poco presupuesto pero un gran equipo, muchos de ellos españoles. Necesitamos años para poder hacer el proyecto, pero yo tenía claro que quería tener a Javier. Cuando conocí a Andrés Vicente Gómez (el productor de la cinta) supe que sería la única persona en el mundo que sería capaz de hacerla. Antes, cuando proponía el proyecto, estuvieron contestándome durante casi una década: «¿Quién es Javier Bardem y por qué deberíamos hacer una película con él?». «Porque es realmente bueno», contestaba yo. No les importaba. Lo cierto es que la película no fue muy bien recibida tampoco.
¿Es por eso que se resiste a repetir?
Disfruté haciéndolo, pero no he repetido como director porque ya recibí demasiados golpes. Como actor todo es mucho más fácil. Te citan un número de días para el rodaje y desapareces. No tienes por qué luchar durante años.
¿Ni siquiera siendo usted su propio actor protagonista?
Jamás actuaría en una película conmigo como director. Eso haría que mi actor más odiado trabajara junto a mi director más odiado.
Usted dice que uno de sus hitos en el cine fue trabajar con Antonioni.
En esos momentos estaba en la compañía Stepenwolf Theather, en Chicago, en la década de los 80, y vino a vernos animado por Robert Duvall, para que me fichara para una de sus películas. Nos conocimos un día de primavera, en el Hotel Mayflower de Nueva York. Recuerdo los detalles porque fue un encuentro que me impresionó. Pero justo después de eso, tuvo un tremendo ataque al corazón que lo incapacitó para rodar. Durante años no pudo hablar, pero cuando retomamos el rodaje comprobé que no le resultaba nada difícil gritar: «Basta, estúpido». Parece ser que cuando llegó al set recuperó el habla milagrosamente
¿Es cierto que nunca llega a ver muchas de las películas que rueda?
Completamente cierto. No sé decir por qué. Algunas es por pura decepción. Lo que parecía sobre el papel un proyecto interesante te das cuenta durante el rodaje que no va a ser así. No es culpa de nadie. Hay cientos de factores en juego que cuando no conjugan
Pero ese no es mi trabajo. Mi trabajo es hacer un sueño realidad, no cambiarlo. Si estuviéramos tomando un café y me contaras el sueño que tuviste anoche, yo no tengo derecho a decirte: «Para. Corta ahí, que esa parte no interesa». No es correcto que lo haga un actor que es profesional. Otra cosa es si el director me pregunta directamente. Diré lo que pienso, pero sin dar demasiados detalles. Yo puedo ofrecer distintas opciones interpretativas, pero es el director quien elige.
¿Ni si quiera en las nuevas plataformas digitales que han surgido en torno al cine?
A menudo ojeo algunas de las películas, cuando están terminadas, en archivos que me pasan o en plataformas como Vimeo, pero he de reconocer que no soy muy bueno con esas cosas y no he logrado ver una película entera. De repente, esa cosa para la emisión sin motivo alguno. No comprendo su funcionamiento.
¿Y cómo fue su reciente experiencia televisiva como un pirata en la serie Crossbones?
Fue muy divertido. El canal no nos comunicó lo que iba a hacer con la serie y creo que la maltrató un poco con sus emisiones, lo que es una pena, porque era realmente divertida. Así que no seguimos adelante con ella. Pero respecto al trabajo no noté un gran cambio. Ahora no hay apenas diferencias en rodar para cine y televisión, porque últimamente el ritmo de rodaje de las películas es igual de frenético.
¿Es algo que ha notado con el tiempo?
Empecé hace más de 30 años y mis primeras películas se rodaban en 12 semanas. Luego de repente pasamos a rodarlas en una media de 10 semanas y pensabas «es demasiado rápido». Hace 10 años rodé una película en Europa durante seis semanas y me quedé impresionado. Ahora llegamos a hacerlas en cuatro...
Está claro que ser actor no es suficiente para usted.
Encuentro diversión en los retos. Cuando mejor me lo paso es cuando encuentro uno que estoy casi seguro que no voy a superar. Además, tengo tantos intereses distintos que no sería infeliz si no me hubiera dedicado a la interpretación.
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